Una bruja que se eleva en el cielo, unos curas ebrios de vino, un hombre juzgado por la Inquisición o un asno que enseña a escribir a otro protagonizan algunos de los ‘Caprichos’ de Francisco de Goya, una serie de 80 grabados que tienen poco de «estampitas» y mucho de «estampas peligrosas» y que ahora acoge el Museo de Bellas Artes de València.
Llegados a la pinacoteca por la donación del aragonés Ángel López García-Molins, quien los heredó de su abuelo, los 80 aguafuertes impresos por la Calcografía Nacional se pueden visitar hasta el próximo 4 de junio.
«Goya es, aparte de un genio, el iniciador o el sistematizador de una visión crítica sobre la realidad de España», ha destacado el director del museo, Pablo González Tornel, que ha presentado junto al donante unas obras que «abren una nueva forma de entender el mundo».
En los grabados de los ‘Caprichos’, Goya critica el atraso educativo en España, pero también «la condición a la que era sometida la mujer», la tendencia a la superstición en la sociedad de la época o la iglesia y la Inquisición.
Su inspiración, ha relatado el director del museo, fue el viaje que realizó por toda España acompañando al duque de Alba a su residencia de Sanlúcar de Barrameda, donde fue testigo de los «puntos débiles» de la España de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
En el año Joaquín Sorolla, González ha comparado este viaje revelador con el que llevó al pintor valenciano por toda España casi un siglo después: «Si Sorolla siempre tuvo una visión amable y recogió lo hermoso, lo lúdico, lo positivo, Goya es crítico con lo que ve».
Con estos grabados, que por sus características técnicas estaban destinados a reproducirse múltiples veces y «a ser vistos por mucha gente», el pintor pretende «llamar la atención sobre la necesidad de modernización de una España todavía anclada en el Antiguo Régimen mientras toda Europa intentaba avanzar hacia la modernidad».
BRUJAS VOLADORAS, ASNOS QUE DAN CLASE Y CURAS EBRIOS
La «mirada» de Goya, en su papel de «cronista de la sociedad que le rodeaba» le lleva a adoptar un carácter satírico: la escasa alfabetización, por ejemplo, adopta la forma de asnos que enseñan a escribir a otros asnos, o que se dejan llevar por la música que toca un mono a la guitarra.
Al icónico ‘El sueño de la razón produce monstruos’ se suman otros aguafuertes críticos con la «superchería» y la «superstición» con la representación de brujas que se elevan sobre el suelo o que vuelan, desnudas, sobre una escoba.
La opresión de la mujer en la sociedad de la época está representada, según Pablo González Tornel, por grabados en los que «si no te das cuenta, ves escenas normales de majas y embozados» pero la crítica «está en la actitud» de los personajes representados.
La jerarquía eclesiástica y la Inquisición, que revivió durante el reinado de Fernando VII, tampoco se escapan del trazo de Goya, que representa curas ebrios de vino y personas juzgadas en tribunales eclesiásticos.
UN VIAJE DESDE LA ALEMANIA NAZI
Ángel López García-Molins tenía claro que esas obras «tenían que estar en un museo» y, aunque le ha costado convencer a la familia, ha conseguido donarlas a la pinacoteca valenciana en homenaje a su abuelo, el comprador de la serie, Antonio García-Molins.
Fallecido en 1955, Antonio García-Molins fue, según su nieto «un caso raro en este país de burguesía ilustrada», con su carrera como químico, su doctorado en Filosofía y su militancia en la izquierda republicana de Azaña.
Quizá por ser, como Goya, aragonés, o quizá porque la casa de su padre lindaba con la del pintor, García-Molins compró la serie completa de los ‘Caprichos’ en un anticuario en Munich, donde vivía exiliado del franquismo, y la conservó como algo «muy valioso» durante toda su vida.
Tanto es así que cuando volvió a España huyendo del nazismo «en un viaje peligroso en barco», solo llevó consigo «un equipaje con cuatro cosas y esta colección».
Décadas después de ese viaje de riesgo, el museo ha tomado medidas para proteger y preservar estos grabados, porque el papel «es tremendamente fotosensible» y se deteriora rápidamente, según González.
Por eso, cada ‘Capricho’ va dentro de una carpeta de conservación con un cartón neutro cortado a mano, además de enmarcado y solo está expuesto a una luz de 45 luxes, es decir, entre una tercera y una sexta parte menos intensa que la que se usa en exposiciones de pintura.
Pero para paliar los efectos de la luz sobre el papel, además, la obra «tendrá que descansar» periódicamente, de tal modo que, cuando concluya la exposición, los originales tendrán que permanecer un año fuera de exposición.
El pintor de Fuentetodos era más «un adelantado a su país que a su tiempo», porque apostó por una modernidad que ya se había abierto paso en Europa pero no en una España en la que, según el director del museo, algunas de las críticas que hacía Goya «siguen siendo muy actuales».